Durante las primeras etapas de la RD el daño es imperceptible y silencioso para el paciente y puede ser totalmente asintomática, hasta relativamente tarde cuando el tratamiento puede ser menos efectivo.
Cuando la enfermedad avanza la acumulación de líquido en la retina puede volver la visión borrosa, más adelante, si hay hemorragias, la visión puede disminuir parcial o totalmente.
En cambio los signos clínicos aparecen tempranamente en la historia natural de la enfermedad, es por eso que el éxito de las estrategias de manejo y tratamiento depende de asegurar la detección oportuna de los pacientes con RD.
Con la progresión de la RD a la neovascularización pura, se agrega la proliferación fibrovascular la que a su vez contribuye al desprendimiento retinal traccional, complicación grave que también lleva a la pérdida de visión. La hemorragia vítrea puede ser la primera expresión sintomática de la RD proliferativa, que se manifiesta por una perdida brusca de la visión unilateral. El glaucoma neovascular puede también ser causa de deterioro visual en pacientes con RD. El paciente puede terminar con un ojo ciego doloroso, pthisis bulbo o atrofia del ojo, que puede requerir enucleación.
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